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¿Por qué creer en Dios si consigo lo que quiero y me va bien en la vida?

Cuando uno tiene amigos ateos o de otras religiones, se empieza a dar cuenta de qué es lo importante de creer. Vemos que les va bien, tienen buenas carreras o puestos, progresan en los estudios, viajan y ganan becas, se divierten… etc.

«¿Para qué creer?» Me decía un amigo. Le di una breve explicación de lo amoroso que es Dios y me dijo: «¡Ya sé! No es que yo crea en Dios, sino que Dios cree en mí».

Ese es el gran valor de ser creyentes, no es que le hagamos un favor a Dios o que por miedo a un infierno prefiramos vivir en una religión. Me doy cuenta que se puede vivir sin creer en Dios… pero no sé si se puede vivir sin sentir que Dios cree en ti.

Últimamente me sorprende mucho la imagen de María: no era una mujer poderosa, no era de la nobleza judía, no vivía en la capital, en fin: no tenía nada impactante… para el mundo, porque para Dios sí.

Jesús mismo era «el simple hijo de un carpintero del pueblito olvidado de Nazareth». A veces creemos que es Dios quien necesita de nosotros, pero somos nosotros quienes lo necesitamos.

Y es Dios quien siempre quiere darse a nosotros, por eso el pueblo judío lo va entendiendo como un padre, ¡uno que da todo sin medida para sus hijos!

¿Qué imagen tienes de Dios?

Tenemos una imagen de Dios un poco… rara: por un lado creemos que nos manda cosas malas o difíciles para «probarnos». Como a los profetas que iban cruzando desiertos enteros para salvar a su pueblo. Y por otro lado vemos que Dios les ayudaba con comida, con buen clima, dividiendo mares, etc.

¿No es eso como una relación tóxica con Dios?, ¿nos manda males para luego sacarnos de ellos?, ¿es amor o no lo es?, ¿por qué pasamos entonces dificultades? Pensemos en tres cosas:

1. Porque somos criaturas, no dioses: nos enfermamos, sangramos cuando nos caemos, nos da sueño, nos ponemos de malas cuando no comemos, etc.

2. Porque siempre estamos aprendiendo a vivir y nos tenemos que ajustar a una naturaleza cambiante, a una sociedad cambiante y a uno mismo…cambiante.

3. Por nuestra libertad: desconfiamos de Dios, hemos podido elegir sin Él lo que creemos nos conviene… y terminamos por hacer infiernos en el mundo.

Dios no nos mete en problemas, pero sí saca mejores bienes de ellos

Cuando Dios nos ayuda es porque Él no va en contra de la libertad de sus criaturas, sino que, como un padre: nos da este planeta vastísimo, nos otorga dones, inteligencia y comunidades para apoyarnos y crecer en el amor.

Entonces necesitamos de Él porque claramente no vemos la vida a gran escala como Él y con esos ojos llenos de amor que tiene: nos desesperamos y queremos tomar el control para resolver nuestras inseguridades pero terminamos haciéndonos daño.

El tema es ¿por qué nos mandó Dios a un mundo tan cambiante y a una naturaleza humana tan inestable? Porque como creyó en María, cree en ti y en mí, no porque seamos superhéroes, sino porque Él es invencible y cuando le decimos «sí» libremente, todo cambia.

La vida te cambia cuando decides creer

Si le decimos sí a la vida que nos ha mandado, a nuestros talentos aunque parezcan poco, a nuestra humanidad con sus fortalezas y sus fragilidades, al amor así duela, a la alegría aunque luego haya tristeza, a la familia aunque nos fallen…

Vamos a descubrir que se nos abre un Dios que nos manda hasta a su Hijo para que colabore con nuestro peregrinaje en este
mundo, un peregrinaje de redención.

Porque cree en ti y en mí nos manda a este mundo, a este país, a esta familia y a este cuerpo frágil que a veces no toleramos. El tema no es tanto que yo crea en Dios, ¡a Dios no le suma ni le resta que las personas seamos o no ateas o creyentes!

Un Padre no busca que su hijo lo aplauda, busca que su hijo viva plenamente. Cuando decimos «sí» a Dios es porque Él primero nos mostró su «sí» (con sus promesas, su fidelidad, su grandioso amor, su camino hasta la cruz).

Cuando amamos a Dios es porque primero Él nos amó. Cuando tenemos fe en Dios es porque primero Él tuvo fe en nosotros. Así que puedes ir por la vida sin creer en Dios o puedes aferrarte a su mano y vivir una vida extraordinaria.

Una en la que el dolor y el sufrimiento cobran sentido, una en la que la esperanza más grande es la eternidad. Una en la que el amor no tiene límites, una en la que la paz y la felicidad sí se pueden alcanzar si lo dejamos entrar a Él en nuestro corazón.

Fuente
Sandra Estrada - catholic-link.com

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