ApostoladoDiosFeFe y EspiritualidadReligión

No Digas: «Le Haré lo Mismo que Él Me Hizo». La Sabiduría del Perdón en Proverbios

En el torbellino de la vida, las ofensas y las heridas son, lamentablemente, una experiencia casi universal. Un comentario hiriente, una traición inesperada, una injusticia que clama al cielo. Ante estas situaciones, el corazón humano, en su fragilidad, a menudo se inclina hacia un oscuro abismo: el deseo de venganza. Es una reacción visceral, un impulso que susurra al oído la engañosa promesa de que devolver el golpe restaurará el equilibrio. Sin embargo, la milenaria sabiduría de nuestra fe católica, anclada en las Sagradas Escrituras, nos ofrece un camino más elevado y transformador: el del perdón y la misericordia.

En el corazón del Antiguo Testamento, en el libro de los Proverbios, encontramos una joya de sabiduría que resuena con una actualidad asombrosa. Proverbios 24:28-29 nos advierte con claridad pastoral:

«No atestigües sin motivo contra tu prójimo: ¿acaso quieres engañar con tus labios? No digas: «Le haré lo mismo que él me hizo, le pagaré a ese hombre según su merecido»».

Este pasaje no es una mera sugerencia ética, sino una profunda interpelación al núcleo de nuestra vida espiritual. Nos llama a detenernos justo en el umbral de la represalia, en ese momento crítico en que el dolor amenaza con convertirse en rencor.

La Trampa de la Venganza

La mentalidad del «le pagaré según su merecido», resumida en la frase «le haré lo mismo que él me hizo», puede parecer justa a primera vista. Sin embargo, es una trampa que perpetúa el ciclo del dolor. La venganza no sana la herida original; al contrario, la infecta, permitiendo que el resentimiento eche raíces en nuestra alma. Albergando el deseo de desquite, nos encadenamos a la persona que nos ofendió, permitiendo que su acción siga definiendo nuestra paz y nuestro presente. Nos convertimos, en cierto modo, en prisioneros de nuestro propio rencor.

La sabiduría de Proverbios nos invita a romper este ciclo. Nos pide que confiemos en una justicia más alta, la de Dios, y que liberemos nuestras manos y nuestro corazón del peso de la venganza.

El Perdón: Un Acto de Fortaleza Divina

En un mundo que a menudo confunde la mansedumbre con la debilidad, la enseñanza católica proclama una verdad radical: el perdón es un acto de la más profunda fortaleza espiritual. No significa olvidar el mal sufrido ni minimizar su gravedad. Tampoco implica una reconciliación inmediata o ingenua con quien no ha mostrado arrepentimiento.

El perdón es, ante todo, una decisión. Es la decisión consciente de soltar el ancla del resentimiento y encomendar la herida y al ofensor a la misericordia de Dios. Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el perdón «da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado» (CIC 2844).

Esta fortaleza no nace de nosotros mismos. Brota del manantial de la gracia divina, una gracia que hemos recibido en abundancia. Nosotros, que hemos sido perdonados por Dios de una deuda impagable, estamos llamados a extender esa misma misericordia.

El Eco del Evangelio: Amar hasta el Extremo

La enseñanza de Proverbios encuentra su plenitud y su máxima expresión en la persona y el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Él no solo nos enseñó a perdonar, sino que nos mostró el camino con su propia vida. En el Sermón de la Montaña, Jesús revoluciona la antigua ley:

«Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra… Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores» (Mateo 5:38-39, 44).

Este es el corazón del Evangelio. Es un llamado a amar con un amor que no discrimina, que no se detiene ante la ofensa, que busca activamente el bien del otro, incluso del enemigo. Desde la cruz, con sus últimas palabras, Jesús encarnó este amor: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).

Pasos Prácticos en el Camino del Perdón

Superar el deseo de venganza y abrazar el perdón es un camino, no un evento instantáneo. Requiere paciencia, oración y la ayuda de Dios. Aquí algunas reflexiones prácticas para este viaje:

  1. Reconocer el Dolor: No ignores ni reprimas el dolor de la ofensa. Llévalo a la oración, preséntaselo al Señor con honestidad. «Señor, esto me ha dolido profundamente».
  2. Tomar la Decisión de Perdonar: Aunque los sentimientos tarden en alinearse, toma la decisión en tu voluntad. «Señor, con tu gracia, elijo perdonar a [nombre de la persona]».
  3. Orar por el Ofensor: Este es quizás el paso más difícil y transformador. Pedir a Dios que bendiga y tenga misericordia de quien te ha herido comienza a romper las cadenas del rencor.
  4. Abandonar la Deuda: Renuncia a tu «derecho» a la venganza. Entrega la justicia a Dios, que es el único Juez justo y misericordioso. Como nos recuerda San Pablo: «Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor» (Romanos 12:19).
  5. Acudir a los Sacramentos: La Confesión nos sumerge en el océano de la misericordia de Dios, recordándonos que somos pecadores perdonados. La Eucaristía nos une a Cristo, fuente de todo amor y perdón.

El Papa Francisco nos recordaba constantemente que «el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para obtener la serenidad del corazón, la paz». Al rechazar la máxima de «le haré como me hizo», no estamos mostrando debilidad, sino abriendo nuestro corazón a la acción transformadora de Dios. Elegimos la libertad en lugar de la esclavitud del rencor, la paz en lugar de la amargura, y el amor misericordioso de Cristo en lugar de la estéril venganza del mundo.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba